Durante mucho tiempo aisladas en barrios marginales, las bandas criminales han ido extendiendo sus tentáculos por todo Haití y los casi tres millones de habitantes de Puerto Príncipe se han visto obligados a adaptar su vida cotidiana a esta realidad, temerosos de convertirse en la próxima víctima.

“Las bandas son hoy amos y señores del país”, advierte Gédéon Jean, director del Centro de Análisis e Investigación en Derechos Humanos, con sede en la capital haitiana.

La organización constata un aumento alarmante de los secuestros en Haití. En los tres primeros trimestres de 2021 se registraron más de 600 casos, frente a los 231 en el mismo periodo de 2020.

El secuestro de pastores y feligreses en octubre, algunos en medio de misas dominicales, por parte de pandilleros que a veces actúan a cara descubierta, demuestra que en ningún sitio se está a salvo.

“Ningún lugar es seguro: cualquier cosa puede pasar en cualquier sitio”, dice Daphne Bourgoin.

A sus 42 años, esta gerente de una empresa textil ha visto cómo su vida y la de su familia ha cambiado radicalmente ante el auge de las bandas. Ella, su marido y sus dos hijos tuvieron que abandonar su casa debido al aumento de la delincuencia en un barrio pobre que cruzaba a diario para llegar al trabajo.

“Cruzar Martissant todos los días ya no era seguro”, recuerda Daphne. “Teníamos que alquilar una casa y eso no entraba en nuestro presupuesto ni en nuestra vida. Es como volver a empezar”, suspira.

 

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Nj productora

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